En la década de 2000, fuimos testigos de una fabulosa revolución tecnológica: el surgimiento de la fotografía digital. Todo el mundo ha empezado a “disparar tiros” sobre cualquier cosa (los “clickers” como los definió O. Toscani), porque es fácil y no cuesta nada. Hoy puede tomar miles de fotos y publicarlas en Internet de inmediato. Es un trastorno radical con un cambio total en la relación con la fotografía, con la imagen, con uno mismo y con el mundo. Es una explosión exponencial de la fotografía “selfie”, es la era del “ego en línea”. Ya no surge la pregunta ontológica: “¿qué es la fotografía?” Sino más bien la pregunta mediológica: “¿qué uso le damos a la fotografía?”. En este sentido, un aspecto fundamental de este trabajo consiste en “servir al pensamiento levi-straussiano” para consolidar los cimientos de una posmodernidad liberada de la trampa del “todo vale” (ver también “La furia de las imágenes” de Foncuberta). El enfoque de la ética-estética ha madurado y se ha nutrido a partir de la revolución digital y luego continuando con otras preguntas: ¿cuál es la relación con la realidad? ¿Cuál es la relación entre sujeto y objeto? ¿Qué es una “buena” imagen (y no una “hermosa” fotografía como nos enseñaron U. Mulas y G.B. Gardin)?
La fotografía actual desafía este doble enigma de “realidad” y “fotografía”: mover fotos sin arte al ámbito del arte. Trabajando sobre lo irreversible o inacabado, estas dos dimensiones de fotografiarlo, cuestiona la realidad y sus representaciones, objeto y sujeto, ser y tiempo, fotografía en particular y arte en general. La fotografía crea una representación deferenciada respondiendo específicamente a las órdenes y teniendo en cuenta sus probables y posibles recepciones, a veces para oponerse a ellas.
“AESTHET(H)ICAL PHOTOGRAPHY” propone una aproximación teórica a la fotografía considerando la “Investigación” y el “Proyecto” paradigmáticos como actividades fundamentales que siempre deben preceder al rodaje. El instante como “instantaneidad” se enfrenta a una ambigüedad temporal. Todos los días nos encontramos con una licuefacción (ver también: Modernidad líquida de Z. Bauman) en fractales espacio-temporales (por ejemplo: las imágenes subidas diariamente a Instagram), que la fotografía en sí no puede contener. No puede ligarse a un corte inmóvil en el tiempo, porque el significado ontológico de la imagen fotográfica “se desliza”. Evita los anclajes pasados, fechados y pasados vinculados en particular al pensamiento de Barthes que requieren una redefinición distinta a la “percepción mortal” de “La Chambre Claire”. De hecho, en este texto fundamental descubrimos las carencias de las herramientas teóricas capaces de captar la esencia de la creación fotográfica. Por tanto, nos comprometemos a redefinirlos a través de un estudio crítico, entre la deconstrucción y la reestructuración, encontramos nuevos formalismos capaces de empujar la fotografía más allá de los límites del momento. Por tanto, componimos “viajes fotográficos” con una poética de “deriva”, “carencia” e “incertidumbre” donde las fotografías constituyen así un hecho “deficiente” (obviamente, refiérase a la enorme bibliografía que encontraremos en los diversos proyectos fotográficos, nos dejó en herencia de filósofos como Deleuze, Derrida, Artaud, Levinas, Foucault y otros). Observamos circunstancias en las que es la “tensión” la que las determina y ya no la mera “constituyente de la composición”. La instancia logra así convertirse en un anhelo de búsqueda profunda de significados, siempre renovados, hacia una “buena” fotografía.